“La Fuente en el Desierto”
Era una tarde calurosa en medio del desierto. El sol parecía no tener compasión alguna y el aire seco cortaba los labios.
Samuel caminaba con paso cansado, arrastrando sus pies sobre la arena ardiente. Había emprendido aquel viaje buscando respuestas… pero, sobre todo, buscando paz.
Había probado de todo: éxito, reconocimiento, dinero, incluso amistades que parecían sinceras. Sin embargo, algo dentro de él seguía vacío.
Mientras avanzaba, recordaba las palabras de su abuela:
“Hijo, el alma tiene sed, pero no de agua… sino de Dios.”
Samuel había reído entonces. Hoy, esas palabras le sonaban como un eco lejano que cobraba sentido.
El cansancio lo venció y cayó junto a una roca. Sintió que no podía más. “No tiene caso seguir”, pensó.
En ese momento, escuchó a lo lejos el sonido de un pequeño río. Dudó. Podía ser solo un espejismo… pero decidió intentarlo.
Caminó tambaleante hacia el sonido hasta que lo vio: un arroyo cristalino corriendo entre las piedras.
Se arrodilló y bebió con desesperación. El agua fría recorrió su garganta seca, pero algo más profundo ocurrió: no solo su cuerpo se refrescó, sino también su alma.
En ese instante, una suave voz interior le habló:
“Así como anhelas esta agua, anhela Mi presencia. Solo Yo puedo calmar tu sed más profunda.”
Samuel cerró los ojos. Sintió una paz que no conocía, una plenitud que ningún logro le había dado. Allí, en medio del desierto, comprendió que su verdadera búsqueda no era por éxito ni respuestas, sino por Dios mismo.
Volvió a casa con un corazón diferente. Ya no necesitaba tenerlo todo para sentirse completo.
Cada mañana, antes de salir a trabajar, tomaba un tiempo para orar, leer las Escrituras y llenar su alma de ese “agua viva” que un día encontró en el desierto.
Su actitud cambió. Donde antes había estrés, ahora había serenidad. Donde antes había impaciencia, ahora había esperanza.
Las personas a su alrededor notaron la diferencia y le preguntaban cuál era su secreto.
Samuel solo sonreía y respondía:
“Encontré la Fuente que nunca se seca.”
Lección para la Vida
A veces, Dios permite que caminemos por desiertos para despertar en nosotros la sed por Su presencia.
Solo cuando reconocemos nuestra necesidad, descubrimos que Él es la única fuente que verdaderamente sacia el alma.
Cuando tengas sed de propósito, de consuelo, de paz o de amor… bebe del agua viva que solo Él puede dar.
Ahí, en esa Fuente, tu corazón encontrará descanso y tu espíritu será renovado.
“Cuando el alma tiene sed de Dios, el desierto se convierte en un manantial.”
Nuestro propósito de Vida es: “Vivir la Palabra con V de Victoria.”
Por: William de Jesús Vélez Ruíz [WilliVeR]
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